lunes, 23 de marzo de 2020

Algunos posibles aprendizajes de la crisis sanitario-económica

Hace unos días (el 10 de marzo), el economista serbio radicado en USA Branko Milanović (uno de los principales referentes en desigualdad y pobreza pero además un economista de referencia en general) twitteó "si crees en el decrecimiento, este es tu momento" ("If you believe in degrowth, this is your moment") [1]. Milanović no es uno de los partidarios de siempre del decrecimiento [2] aunque sí es muy crítico con las lógicas de evaluación y los indicadores de siempre y con el quasi-consenso académico en torno a la evaluación de la economía.
Pero realmente el actual nivel de desactivación de los aparatos productivos del mundo da una oportunidad para repensar el crecimiento económico, evaluar hasta qué punto es deseable siempre estar creciendo, hasta qué punto el aumento constante del consumo, de la inversión y de la circulación de capital es algo positivo y si, tal como proponen los partidarios del decrecimiento, no sería preferible reducir la contaminación ambiental y mejorar las condiciones de vida de las personas antes de preocuparse por el crecimiento económico.
Además de los impactos ambientales, un decrecimiento planificado posterior a esta crisis sanitaria también tendría consecuencias estructurales interesantes como desacelerar los ciclos de circulación de mercancías (con el consiguiente beneficio verde de la reducción de los desechos no-orgánicos) y menos demanda de combustibles fósiles (y menos contaminación en su extracción) y orgánicos (menos producción de soja traería menos uso de agrotóxicos y menos desgaste de la tierra, y posiblemente disminuiría el precio de los alimentos en Latinoamérica y por arrastre en el mundo). Además, perjudiaría a sectores parasitarios (que absorben capital y aumentan costos sin agregar valor de uso) como el marketing y las finanzas con lo que tendría un efecto colateral de desestímulo de esos sectores.

El mes pasado, el recontra-conocido economista Joseph Stiglitz repitió lo que viene diciendo hace años, que el PBI no es un buen indicador de lo bien que va una economía. "El PIB no aclara cómo se reparten las ganancias del crecimiento. Si todo el dinero le corresponde al 1% o a una décima parte del 1% no es una buena sociedad, no es una economía con buenos resultados (…) Lo malo del PIB es que no especifica si el crecimiento es sostenible. Hemos visto que el crecimiento de Estados Unidos en 2007 se veía bien, pero no era sostenible. Y el crecimiento que vemos ahora en Estados Unidos no es ambientalmente sostenible", dijo [3].
El comentario de Stiglitz puede dividirse en dos partes:
1) El PBI no evalúa si una economía reparte eficientemente los recursos, si bien en ese fragmento solo se enfoca en la desigualdad de ingresos de las personas, también puede decirse lo mismo sobre los sectores económicos. En Estados Unidos, por ejemplo, una parte gigante del PBI va a las finanzas, un sector mayormente improductivo, otra parte enorme va a intermediarios de servicios como las aseguradoras, las firmas legales, los seguros de salud, etc. De esta manera, una economía en la que los recursos que deberían estar destinados a sectores productivos (de mercancías, impuestos y empleos) son absorbidos por sectores parasitarios como Estados Unidos, paraísos fiscales como Islas Caimán y Luxemburgo o impositivos como Irlanda, países con altos niveles de contaminación como Singapur y países donde existe miseria extrema y los trabajadores no tienen ningún derecho como Qatar tienen un PBI per capita más alto que países con economías mayormente productivas y con buenos niveles de vida como Alemania, Holanda, Suecia o Finlandia [4]. Entonces, al utilizar un indicador como este, la academia, los gobiernos, los medios y las organizaciones internacionales ¿no están señalando que los países más deseables son los que hacen cosas mal y no los que funcionan mejor?
2) El PBI evalúa la economía en un solo momento, lo cual incentiva a los gobiernos a tomar decisiones que afecten el PBI de forma intensiva (atraer inversiones directas, por ejemplo) en vez de fomentar políticas de cambio productivo estructural que mantengan la producción, el empleo y la recaudación en el largo plazo. Un ejemplo clarísimo de ello es el interés de los gobiernos uruguayos de los últimos 30 años de atraer grandes proyectos puntuales que inyectarían mucha plata en el corto plazo (por ejemplo los grandes proyectos extractivos) o en el fomento de exportaciones primarias (por ejemplo el crecimiento de la producción de granos) en vez de fomentar políticas productivas generales. No importa si eso afecta el ecosistema, si genera mucha dependencia de un producto en particular Los indicadores no son la realidad, son una forma de evaluarla que está construida siguiendo criterios metodológicos y teóricos pero a veces también intereses. Los mejores indicadores, aquellos que están mejor diseñados y mejor medidos, son muy buenos para medir algunas cosas pero en general no sirven para medir otras, es decir, sirven para lo que sirven pero no sirven para lo que no sirven. Y cuando se plantea que un indicador sirve como medición general lo que se está haciendo es una generalización peligrosa, no solo porque nos llevará a medir mal y tener una comprensión equivocada del problema sino también porque muchos de estos indicadores son tomados en cuenta por los gobernantes a la hora de tomar decisiones importantes. Entonces, un indicador como el PBI (que mide cuestiones relacionadas solo a la circulación de capital) sería útil para algunas cosas, pero no parecería ser útil para medir bienestar, estructura productiva ni estabilidad económica.
En cierta medida las teorías del decrecimiento están en línea con el planteo de Stiglitz, si el PBI no es un buen indicador para medir qué tan bien le va a una economía el crecimiento del PBI no sería necesariamente deseable. Entonces, una situación como la actual, en la que la economía está siendo forzada a contraerse, no es lo que desearía un partidario del decrecimiento ya que la contracción no está siendo planificada para mejorar la relación con el ambiente ni las condiciones de vida de las personas (de hecho hay mucha gente enriqueciéndose con la crisis y la mayoría de los trabajadores y pequeños comerciantes están viéndose muy perjudicados), pero sí muestra que una reducción de la actividad industrial en China puede reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero y que una reducción del consumo (y el subsiguiente desecho) es posible sin que nuestras vidas cotidianas sean las de un cavernícola. También ha mostrados la importancia de los sistemas de salud centralizados, bien organizados, con recursos y basados en el interés público (el caso de Alemania es claro al respecto), que es necesario prestar atención a la comunidad científica (aunque siempre hay alguno que busca conspiraciones o algún idiota que señala a la comunidad científica como un poderoso agente de control internacional) y que los estados pueden hacerse cargo de los problemas de las personas sin ser dictatoriales y autoritarios (otra vez Alemania parece un buen ejemplo, pero también Francia ha destacado en esto e incluso Argentina [5]).
Y por si esto fuera poco, una de las principales sorpresas vino nada menos que de el gobierno de Estados Unidos. Entre las tradicionales medidas de recortes de impuestos a las empresas, se está gestando un acuerdo bipartidario para darle a todos los ciudadanos adultos una cantidad básica de dinero [6] que, además de ayudar a quienes pierdan su trabajo o vean mermados sus ingresos, inyectará algo de dinero directamente en el mercado al menudeo, el más perjudicado y el que genera más empleo y recaudación. De esta forma, un gobierno de extrema derecha económica (al menos en la política económica interna) está proponiendo algo que el año pasado, cuando fue propuesto por Andrew Yang como un elemento central de su plataforma [7], todo el sistema político despreció: una renta universal que vendría a proteger a los trabajadores de la inestabilidad económica.
En este caso el dinero otorgado a los ciudadanos sale de reservas y deuda y es por una inestabilidad puntual generada por el coronavirus, pero ¿no es una fuente de inestabilidad enorme la permanente la creciente desindustrialización de las sociedades occidentales? La propuesta de Yang aislada puede ser solo una faceta progresista de la ideología de California, una forma en que los millonarios tecnoentusiastas como Bill Gates, Jack Ma, Elon Musk y el propio Yang intentan proponer una solución a problemas que está generando el sistema económico pero sin resolver el sistema económico que genera los problemas, pero la sola propuesta ya evidencia que hay un problema: el desarrollo tecnológico y la tecnificación del trabajo sin la adecuada planificación generarían desempleo y exclusión social.
El breve período de decrecimiento forzado en que estamos ahora obliga a pensar en soluciones momentáneas como algunas de las que se están tomando ahora, pero también podemos usarlo como excusa para pensar en soluciones permanentes a algunos de los problemas más importantes que afrontamos: la crisis ambiental, la sobreproducción, el desarrollo desigual (y combinado), la precariedad laboral.

Vemos entonces que el decrecimiento puede pensarse en clave verde pero también en clave azul, es decir, relacionada al trabajo industrial y manufacturero. Reducir cuantitativamente la producción industrial no solo permitiría reducir drásticamente las emisiones contaminantes sino también reducir la jornada laboral y aumentar el bienestar de los trabajadores. Además, permitiría pensar en formas en las que la automatización no signifique la pérdida de calidad de vida de las personas como consecuencia del desempleo sino una oportunidad para trabajar menos horas sin que esto signifique pobreza y exclusión. De hecho, algunos de los países que en general tienen mejor calidad de vida como Alemania, Suecia y Noruega [8], son algunos de los países donde la automatización industrial (entre otros factores [9]) ha permitido una reducción importante de la jornada laboral [10].
La crisis de manufacturas en occidente que comenzó a fines de los ochenta fue afrontada de diferentes maneras. Mientras Europa noroccidental afrontó la situación con una fuerte planificación (no solo estatal, tuvieron un rol muy importante los trabajadores, la academia y la empresas) y fomentó la tecnificación de la industrial, políticas de protección del trabajo y reducción de la jornada laboral, Estados Unidos y, más tarde, el Reino Unido, Italia y España entraron en una política de contracción fiscal con expansión monetaria con el objetivo de fomentar la inversión privada sin direccionarla, expansión monetaria que en general no fue a inversión productiva sino a las finanzas (en lo que Nick Srnicek llamó, no sin cierta ironía, Keynesianismo financiero [11]). El resultado de estas políticas salta a la vista, mientras países como Alemania, Suecia y Holanda mantienen estados de bienestar estables, desempleo muy bajo, buenas remuneraciones y acceso universal a servicios esenciales como la salud y la educación de calidad [12], Estados Unidos, el Reino Unido, Italia y España están empantanados en ciclos de austeridad, reducción de impuestos y baja de tasas de interés que solo logran inyectar dinero a las finanzas y, en el mejor de los casos, a los bienes raíces predatorios, mientras la salud, la educación y el transporte son cadas vez peores o, cuando son privados, más caros [13].
El modelo de europa noroccidental no es un modelo de decrecimiento, de hecho los PBI de estos países crecen de modo más o menos estable a pesar de la enorme incertidumbre global [14], pero si es un ejemplo de crecimiento basado en una tecnificación planificada y en la socialización de los beneficios económicos de tal tecnificación. En cierta medida, lo que hacen estos países muestra como se puede pensar la economía y la política de un modo diferente, no es necesariamente el camino que deban tomar todos los países, pero sí una referencia respecto hacia dónde orientar las políticas de desarrollo.

En una conferencia de 2014, Nick Srnicek (a esta altura el lector notará que me gusta su trabajo) planteó que, contra los experimentos industriales moscovita y chino y los experimentos preindustriales del tercer mundo pero también contra el romanticismo laboralista de gran parte de la izquierda, el poscapitalismo será posindustrial. Las experiencias del llamado “socialismo real" no abandonaron el imperativo del crecimiento si no todo lo contrario: los soviéticos y sus satélites y también China impusieron una industrialización acelerada y fuertemente planificada orientada a la productividad a cualquier costo, con la consiguiente contaminación y reducción del trabajador a un mero instrumento para la producción; por su parte, los intentos de superación del capitalismo en el tercer mundo no superaron la fase de desarrollo del extractivismo, Cuba se convirtió en proveedor de azúcar de la URSS, Venezuela nunca superó la dependencia del petróleo, y su imaginario nunca dejó de ser el de una industrialización al estilo soviético. Así, estos modelos no solo no superaron el capitalismo si no que no lograron siquiera proponer una vida, una sociedad o siquiera una economía diferente.
Evidentemente el brote de coronavirus tiene sus consecuencias sanitarias y sociales, pero también presenta algunas cosas inesperadas que nos invitan a pensar. La detención casi total de las economías y el rol activo del estado y algunos actores privados y sociales para afrontar las consecuencias de esta detención (en algunos casos ocurriendo lo impensado), nos muestran que las economías pueden enlentecer, que hay vida más allá del productivismo y que el cambio tecnológico no tiene por que ser una fuente de inestabilidad para los trabajadores, sino una fuente de libertad, que la tecnología puede contribuir a reducir el tiempo de trabajo requerido para producir los recursos necesarios y que eso no ha sucedido porque se ha preferido que la riqueza generada por la tecnificación no sea socializada.

Notas
[1] Link.
[2] Se podría decir, siguiendo a Serge Latouche, uno de los principales ideólogos del decrecimiento, que más que decrecimiento se podría decir “acrecimiento", porque no es que estén contra el crecimiento sino que no lo ven como lo más importante y como un objetivo en sí mismo.
[3] Entrevista con France 24. Pero lo mismo dijo, por ejemplo, en una columna de 2019 (a href="https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/nov/24/metrics-gdp-economic-performance-social-progress">The Guardian) y en otra de 2013 (El País).
[4] Datos de PBI per capita del Banco Mundial disponibles aquí.
[5] Sobre Alemania ver esta nota de Expansión, sobre Francia esta de El País y sobre Argentina esta de Página/12.
[6] Se habla de mil dólares aunque también circulan otros números (The Washington Post).
[7] Andrew Yang aspiraba a la nominación Demócrata y planteaba, en línea con el sector más progresista de Sillicon Valley, que la automatización iba a generar inestabilidad laboral, por lo que sería buena una renta universal básica que diera a los trabajadores un poco de aire e incluso cierta libertad, pues si no están tan desesperados no aceptarán los trabajos malísimos a los que muchas veces están relegados los trabajadores más pobres o más necesitados.
[8] Como ejemplo de esto se puede tomar el Índice de Desarrollo Humano (HDI por su sigla en inglés), un índice que puede tener algunos aspectos discutibles pero en general es considerado un buen indicador para medir esto. Los datos del PNUD (Programa de las Naciones Unidas Para el Desarrollo) muestran que estos tres países están entre los países con mayor HDI.
[9] Esta no es la única causa, muchos de estos son países que han exportado capital (en forma de inversión directa) al tercer mundo e importado los beneficios de este capital, una consecuencia de la división internacional del trabajo que favorece a estos países. Pero de todos modos, se puede comparar a estos países con otros países que también exportan capital e importan beneficios y tendríamos resultados semejantes. [10] Alemania, Noruega y Suecia están entre los países de la OCDE (y sin dudas del mundo) con menos horas trabajadas por trabajador por año.
[11] Srnicek, Nick (2016). Platform Capitalism, Polity. En castellano fue editado en 2018 como Capitalismo de Plataformas por Caja Negra.
[12] Esto no significa que sean utopías, no, tienen sus problemas, pero por algo son los primeros países en los que se piensa cuando se habla de bienestar social.
[13] Y esta diferencia también se observa respecto a la reacción ante el coronavirus, pues mientras Alemania y Finlandia (que tuvieron sus primeros casos de forma bastante temprana 27 y 29 de enero respectivamente), que afrontaron la situación desde el principio, controlaron la situación y tienen una mortalidad muy baja (de hecho al 19 de marzo Finlandia no registraba muertos aun cuando confirmó el primer caso varios días antes que Reino Unido), Estados Unidos y Reino Unido no tomaron medidas activas hasta que fue muy tarde e incluso, en el caso de Estados Unidos, inicialmente ni siquiera hubo preocupación porque se hagan los tests mientras que España e Italia vieron saturados sus sistemas de salud desfinanciados.
[14] Incertidumbre que en gran medida es una consecuencia de la hipertrofia de las finanzas fomentada por las políticas macroeconómicas y financieras de Estados Unidos pero también de la importancia que los modelos “keynesianos financieros" han ganado en el mundo.