Cuando en el marco de la discusión en torno a la ley interpretativa de la ley de impunidad, que la dejaba sin efecto, el presidente José Mujica acudió al parlamento a mitigar las voluntades parlamentarias de que la ley se apruebe se justificó diciendo que había que preocuparse por todos los derechos humanos, y que el mantenimiento del “proyecto político del Frente Amplio” sería la principal forma de preservarlos y que este sería tremendamente vulnerado en sus posibilidades electorales de cara a 2014 si se desoyen dos “pronunciamientos populares” como ocurriría de aprobarse esta ley interpretativa[1].
Más allá de la pertinencia de la presencia de Mujica en el parlamento con motivos claramente coercitivos, más allá de la validez de un “pronunciamiento popular”[2] para la discusión de temas jurídicamente superiores, más allá de lo cínico de la inmolación a nombre de su líder del abyecto Semproni, más allá de la falacia berreta de la llamada “teoría de los dos demonios”[3], más allá de la deleznable actitud y la soberbia de la cúpula tupamara que se cree la única perjudicada por los delitos militares de la dictadura mientras preserva sus delitos económicos e intenta ridiculizar a quienes se oponen a su criterio dispar de administrar los recursos que alterna sin criterios comprensibles entre el neocolonialismo y el control liviano de la tenencia de la tierra, más allá de todo esto, el objetivo de este artículo es analizar hasta qué punto existe ese proyecto político que Mujica dijo defender al indicar a los legisladores frenteamplistas renunciar a una de las pocas ideas que aun no han prostituido.
Proyecto político
La política no es (como cree la mayoría de la población y varios periodistas y polotólogos) la administración de los cargos de gobierno y en particular los electos, la política se encarga del poder y la toma de decisiones, su distribución, su posible localización (o no), su administración y sobre todo los conflictos que se generan en torno él. Y es que, a diferencia de lo que parece entender Mujica[4], el poder es algo que está bien lejos de las elecciones y el palacio legislativo, el poder (como bien dijo Foucault) se articula en los intersticios de las instituciones más que en su interior, allí donde se producen el lobby, el tráfico de influencias, las negociaciones, donde realmente se toman las decisiones. En este marco es que debemos plantear una posible delimitación de lo que es y lo que no es un proyecto político.
Si entendemos la política como disputa por espacios de poder y toma de decisiones queda evidente entonces que un proyecto político se trata de eso, de un replanteamiento de las estructuras sociales de poder, una búsqueda de la redistribución de la toma de decisiones, un intento por cambiar una forma social con un determinado relacionamiento de los individuos por otra. Y esto está muy lejos de aquello que Mujica pretende defender en su embate contra la bancada oficialista, el partido que lo llevó a la presidencia y las fuerzas sociales de izquierda.
El proyecto del Frente Amplio
Y es que el proyecto del Frente Amplio desde que asumió el gobierno es mucho más un proyecto administrativo que un proyecto político, proyecto administrativo en tanto que más que de la redistribución de las instancias de decisión y las estructuras formales y reales de poder se ha encargado de manejar la estructura que ya existe y lo ha hecho de un modo muy efectivo. A diferencia de lo que se podría decir de sus antecesores inmediatos (y no tanto) el proyecto administrativo del Frente ha demostrado ser muy efectivo y exitoso, se ha cambiado el funcionamiento de la administración central, se ha puesto a las empresas públicas a la cabeza del cambio productivo (primero ANCAP, luego ANTEL) y se ha buscado cierta redistribución más eficiente (en términos de satisfacción general) manteniendo los grandes privilegios de los grandes capitales pero agregando cierta solvencia mayor sobre todo a las clases medias y medias bajas que recuperaron parte del bienestar que habían perdido durante treinta años de neoliberalismo mal administrado.
Y es que hay algo que es cierto, en toda Latinoamérica y gran parte del mundo, los gobiernos de centro-izquierda nominal[5] han demostrado ser los mejores administradores del neoliberalismo al que han sabido matizar por políticas capilares de ayuda social y algunas concesiones a los sindicatos pero sin dejar de lado una férrea defensa a la estabilidad macroeconómica y las hoy llamadas “reglas del juego”[6] pero solo en algunos casos se han dado gobiernos que demuestren voluntad real por generar un cambio real y general que ponga en duda las viejas estructuras invisibles del poder local permeado por los intereses extranjeros.
El primer gobierno frenteamplista partió de una base difícil y en función de eso actuó intentando restablecer algunas de las condiciones anteriores a la desfragmentación[7], volvió a implantar los consejos de salarios, devolvió muchas de las garantías que se le habían quitado a los sindicatos e impuso algunas otras, implantó un nuevo sistema de salud que renovó el espíritu solidario del anterior y eliminó el impuesto a los sueldos sustituyéndolo por el más justo impuesto a la renta, todas medidas de corte progresista y no muy profundas pero al menos eran algo. Pero el gobierno encabezado por Mujica se encaminó (contrariamente a lo que los sectores mayoritarios del Frente Amplio y la opinión pública en general pensaban) por un camino totalmente diferente, se enfrentó fuertemente a los sindicatos estatales, fomentó profundamente el crecimiento económico basado en la extranjerización de la inversión[8], propuso un régimen de privatización de la infraestructura[9] e incluso firmó un contrato confidencial con uno de los principales conglomerados de inversionistas en el que les aseguraba no solo las exoneraciones propias de la zona franca[10] sino también la seguridad que ante cualquier cambio impositivo el grupo sería resarcido para que el régimen tributario no altere su régimen de beneficios. A esto también se debería sumar el affair Aratirí en el que mientras el gobierno frenteamplista defendía a ultranza al inversor (al menos en un primer momento) desde las corrientes neoliberales (Herrerismo) y fascistas light (Vamos Uruguay) defendían la soberanía nacional, apelaban a la responsabilidad ambiental e incluso sugerían la nacionalización del recurso. Y todo esto sin que la barra[11] emepepista deje de defender a su líder con cánticos casi futboleros y frases muy campechanas pero carentes de sentido político.
Como evidencia de la visión servilista del gobierno resalta el comentado problema en torno a unos arenales en la costa de Rocha que Mujica propuso vender para uso turístico de alta gama para que la población de la zona les trabaje el jardín o les atienda las necesidades y que (como es esperable debido a la pauperización conceptual de los grupos sociales no ideológicos[12]) fue criticado más por la idea de vender unos terrenos de potencial turístico (y allí coincidieron los pseudo-izquierdístas con Bordaberry) que por el problema real que se esconde no muy sutilmente tras las palabras de Mujica, la idea de que el progreso para el Uruguay se alcanza con la llegada de grandes capitales extranjeros que generen puestos de trabajo de jerarquía baja o media. Y esa visión se materializa en todas las concesiones dadas a los grandes capitales puntuales mientras se anuncian pequeñas subas impositivas a los grandes terratenientes[13] que vienen demorando mucho en su implementación efectiva[14] y que no resulta difícil ver en él una cortina de humo surgida en su momento para desviar la atención de los movimientos sociales que apoyaron al presidente en las internas (Partido Comunista, PIT-CNT, y varios otros sectores de izquierda) de su férrea defensa de la ley de caducidad y su triste participación en su preservación[15].
El presidente en paralaje
Un presidente que llegó al gobierno sin propuestas reales[16] difícilmente encabece un gobierno que genere cambios reales, muy por el contrario, solo es posible que siga la corriente mientras obedeciendo tanto impulsos personales como presiones de su entorno largue cada tanto alguna propuesta aislada que más que un cambio de características políticas no genera sino soluciones capilares de escaso o bajo impacto inmediato pero que no altere en lo más mínimo las relaciones de poder.
Igualmente no sería del todo exacto decir que la presidencia de Mujica no haya tenido cambios de características políticas, los hubo y fueron algo muy relevantes y llevados adelante por jerarcas muy cercanos a Mujica y que significaron marcha atrás en cambios que intentó realizar la presidencia de Tabaré Vázquez, estos fueron la relación con las fuerzas armadas con las que si bien hubo un intento de reformar algunas de sus instituciones (sobre todo la Escuela Militar cuyo estudio había empezado durante el gobierno de Vázquez) se les dio demasiada atención y algunas concesiones innecesarias y con la policía a la que se le devolvió gran parte del control de la seguridad ciudadana y que hizo que el gobierno reciba además de las irreflexivas críticas de la oposición que al no tener posibilidad de marcar agenda se acopla al discurso fascista de la derecha a nivel internacional críticas muy sensatas del propio Frente Amplio siendo las más relevantes las de dos responsables del ministerio del interior durante el gobierno de Vázquez, la ex ministra Daisy Tourné[17] y el ex viceministro Juan Faroppa pero no las únicas.
Ante este panorama resulta necesario para la izquierda ideológica (la única posible) hacer por un lado un paralaje de la presidencia de Mujica aislándola de factores externos al propio presidente tales como el entorno partidario, los compromisos y la necesidad de mantener el posicionamiento electoral con otras presidencias recientes, comparar la gestión impulsiva y conservadora a la vez de Mujica con el desarrollismo burgués moderado de Sanguinetti o el entreguismo generalizado de Lacalle y sobre todo con la desinteligencia caprichosa de Batlle Ibáñez (aun más sumiso al gran capital estadounidense que su padre, en las antípodas del pensamiento en estadista y estatista de su tío abuelo) con quien ha demostrado no solo afinidad personal sino una misma incapacidad para asumir responsabilidades a largo plazo siendo lo más preocupante que Batlle ha demostrado mucha más coherencia en su vida que la que Mujica ha demostrado en su año y pico de presidencia.
Pero el principal desafío que esto presenta para la izquierda es la autocrítica necesaria ante la decisión de grupos de tendencia marxista de apoyar a un presidente abiertamente antiintelectual, de origen blanco, sin un claro perfil ideológico, que recuerda claramente al agente de la CIA Benito Nardone (Chicotazo) y que cuenta entre su gran apoyo con ex pachequistas, pero más que nada la izquierda ideológica debería replantearse hasta qué punto es necesario que los dirigentes de izquierda tengan más apoyo de los sectores populares ignorantes que una formación intelectual clara, hasta qué punto debemos permitir el crecimiento de gente como Mujica y dejar caer al ostracismo a gente como Guillermo Chifflet.
[1] Al respecto de la posible pérdida habría que tener cuidado con un llamado de atención que hace el economista de izquierda Jorge Notaro que anuncia que tal como le pasó a la Concertación en Chile, el proceso de aggiornamiento a los intereses del gran capital de los gobiernos de centro-izquierda puede ayudar inicialmente al triunfo electoral pero con el tiempo lleva a la pérdida de compromiso no solo de las bases sociales sino sobre todo de la clase media que ante lo moderado del discurso izquierdista y ante la incapacidad (que más bien es falta de voluntad) de generar un cambio real se vuelca hacia las derechas más radicales que si proponen un giro contundente hacia el neoliberalismo y que podría concretarse en la pérdida de la mayoría parlamentaria del Frene Amplio en 2014 y el triunfo de la derecha (posiblemente de Pedro Bordaberry aunque personalmente no descartaría el ascenso de algún líder blanco proveniente del Herrerismo) en 2019, “Comentarios frente al precipicio” en Brecha; edición 1340; 29 de julio de 2011, Montevideo.
[2] “Pronunciamiento popular” como brillante y siniestro eufemismo para la supuesta expresión de voluntad en un plebiscito obligatorio en la democracia burguesa mass-mediática.
[3] Otra vez, como con lo de agrandar la torta para después repartirla, el gobierno progresista se acopla a la lógica infame de Sanguinetti.
[4] Muy diferente era el caso de Tabaré Vázquez quien fue bien consciente que el poder y el gobierno no eran la misma cosa y así lo explicitaba cuando en los primeros años de su presidencia repitió varias veces tener el gobierno pero no el poder sugiriendo que el poder se encontraba más en otras instancias, claro que Vázquez no era consciente de la complejidad del concepto pero se daba cuenta que los medios de comunicación, las cámaras empresariales, el marketing y varias otras instancias eran fuertes nodos de poder.
[5] Solamente nominal y esto es, como apunta Notaro, un problema para ellos mismos y las sociedades que se analizará en otro momento.
[6] ¿De qué juego? Sin duda no se refieren a un juego al estilo Wittgestein, orientado a una acción social y basada en un constante acuerdo, sino más bien a un juego al estilo de la teoría de juegos (tan usada por la ciencia política y la economía neoclásica) donde se buscan beneficios concretos no siempre cooperativos.
[7] Desfragmentación que erróneamente se fijó en los 90 pero que viene de mediados de los cincuenta cuando en parte el segundo Batllismo (el de Batlle Berres) pero más aun los colegiados blancos fueron eliminando las garantías económicas y sociales que el primer Batllismo (el de Batlle y Ordoñez) había impuesto con un criterio totalmente Keynesiano (unos años antes de que los propusiera el propio Keynes), luego, la dictadura comenzó con el programa “dictado” por el consenso de Washington que los 90 tan solo llevaron al paso siguiente.
[8] La extranjerización de la tierra es un proceso que empezó antes de este gobierno y en particular se destaca el importante punto de inflexión que se dio durante la gestión de Mujica al frente del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca (MGAP) pero la extranjerización de la inversión fue un fenómenos que, aun estando presente antes, creció de un modo más radical durante el gobierno de Mujica.
[9] Pues no son otra cosa las Participaciones Público Privadas (PPP) mediante las cuales el gobierno cederá parte de la gestión de los servicios a los privados asociados.
[10] Que ya es bastante concesión.
[11] Se comportan efectivamente como una barra y no como un grupo político ideológico.
[12] Grupos no marxistas, más vinculados a la educación que a los sindicatos, en muchos casos de tendencia entre anarquista verde y neo-hippie, defensores de la legalización de la marihuana como máxima voluntad libertaria.
[13] Aunque se ha dado enormes privilegios a los dos más grandes productores de madera para celulosa.
[14] Al parecer esto se debe a los inconvenientes que esto generaría en relación al contrato confidencial con Montes del Plata, contrato firmado por el secretario de presidencia Alberto Brescia por lo que es evidente que el presidente sabía del mismo. Esto da a pensar en que la propuesta del presidente de la suba impositiva a las grandes extensiones de tierra fue más un bolazo para salir del mal momento generado en torno a la ley interpretativa de la ley de caducidad que una propuesta legítima.
[15] De hecho debido a las medidas tomadas en beneficio a las grandes inversionistas (todas de capitales internacionales) este impuesto se aplicaría casi exclusivamente a los terratenientes nacionales y no exclusivamente a los más grandes que son los que luego posibilitan el valor agregado de las materias primas que se producen en el campo de modo que solo esta medida de carácter exclusivamente demagógica resultaría incluso perjudicial para la propuesta de Mujica al inicio de su gobierno de orientar el país hacia lo que llamó la “agrointeligencia”, es decir, la incorporación de valor agregado de carácter tecnológico en el territorio nacional para evitar la producción exclusiva de commodities.
[16] Se puede decir que más allá de algunas cuestiones concretas la única razón por la que Mujica logró resaltar entre los militantes de izquierda es su imagen desprolija y el lenguaje entre campechano y malhablado al que cada tanto adorna con algún aforismo o frase demagógica.
[17] Que fue relevada de su cargo no por incapacidad o mala gestión (que no resulta muy serio decir que las hubo) sino por un estilo de comunicación más informal, cosa que se le perdona al presidente Mujica e incluso al ex presidente Batlle pero no a ella.
El proyecto Político del Frente Amplio by Joaquín Moreira Alonso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en elobscuro.blogspot.com.
Permissions beyond the scope of this license may be available at http://elobscuro.blogspot.com/.
Concuerdo bastante con el articulo y creo que la clave se halle en el arranque. En la confución de la politica propiamente dicha con la llamada politica partidaria. Es habitual encontrarse con alguno que predica sobre una piedra que ya no cree en la politica y por lo tanto no le va a prestar mayor atención.
ResponderEliminarEl problema es que a causa de la confusión y de está gente se pierde una cualidad politica de las cosas. Tabare Vazquez es un politico, alguien que se sabia que iba a ser presidente por sus cualidads "politicas", Tabare Vasquez era un administrador. En cambio la cualidad de Mujica (y sus hombres) es la popularidad. El plan del frente amplio con un Mujica era un plan para ganar las elecciones y ahora estamos vivendo las consecuencias de tal cosa.
Es muy oportuna la aparición de Chiflet, un actor autoexcluido del sistema por ser un actor "politico" y por su actitud politica.
Saludos y eso.
Raramente estoy estoy del todo (o casi) con el oscuro esta vez
ResponderEliminar